Emi Zanón. Escritora y comunicadora
“La alegría es la piedra filosofal que todo lo convierte en oro”.
Benjamín Franklin (1706-1790)
Decíamos ayer… Así, parafraseando a uno de los hombres más sabios de nuestra historia, el ilustre Fray Luis de León –pues el día en que volvió a su cátedra, después de los famosos cinco años de ausencia, también comenzó con el acostumbrado: Decíamos ayer...– reiniciamos con mucha ilusión esta columna mensual para hablar de la alegría de vivir. Para hablar de un sentimiento de placer, de un estado afectivo de ánimo placentero, originado, por regla general, por una viva satisfacción que además de manifestarse exteriormente de forma clara y evidente que todos conocemos, a nivel interior, como dice la cita de Benjamin Franklin, es la piedra filosofal que lo convierte todo en oro: desde nuestra salud física a nuestra salud anímica, pasando por la emocional y mental.
Por alguna razón contundente, ya en el siglo XVII, Jonathan Swift, político y escritor irlandés, a este sentimiento le llamó “Doctor Alegría”, pues los mejores médicos del mundo, según manifestó, son el “Doctor Dieta”, el “Doctor Reposo” y el “Doctor Alegría”. ¡Qué sabia verdad! Por citar un ejemplo: un problema de vesícula o de hígado está asociado a la falta de alegría, al estrés y a una dieta abundante en grasas y en alimentos no aconsejables.
Del mismo modo, la alegría facilita las relaciones interpersonales, resolviendo y minimizando problemas, aumenta nuestra creatividad y sobre todo nuestro entusiasmo (de la raíz griega en theós que significa éxtasis; estoy inspirado por la divinidad; estoy en Dios; estoy conectado a la Fuente). Entusiasmo por vivir, por el mero hecho de existir que es motivo suficiente para ser agradecidos y estar dichosos a pesar de todo lo adverso que la vida a veces nos ofrece.
Creo, sinceramente, que es nuestra obligación diaria fomentar la alegría en nosotros mismos y en nuestro entorno; empezando por agradecer todo lo que en ese momento somos, tenemos y nos rodea, aunque sea algo o una situación que no estamos deseando, pues muchas veces el momento presente no resulta ser lo que queremos; sin embargo, siempre es lo que en ese momento de nuestra vida hemos generado para nuestro mayor crecimiento personal y evolutivo.
Aceptar, lejos de la resignación, actuar y fluir con la vida en el momento presente, en el ahora, nos alinea con nosotros mismos, con nuestra propia Fuente Superior y con el Universo, que siempre tiene el mejor desenlace para cualquier situación que estemos viviendo. Sólo tenemos que dejar hacer.
Colocar nuestro pensamiento, nuestras energías, en las cosas positivas (que son muchas) y en las que no tienen precio: la familia, los amigos, la naturaleza, la salud, los pequeños gestos, las cosas sencillas, el servicio a los demás… en definitiva, en el Amor, no perdiendo el tiempo en llorar el pasado ni en preocuparse por el porvenir, es el mejor motor para generar alegría.
Cuando alguien nos hace un regalo, nos ponemos contentos y alegres. Nos sentimos queridos, valorados. La Vida, de todos los regalos, es el mejor que hemos recibido; es lo más preciado que tenemos. No hay otra cosa que tenga más valor que la Vida. Y simplemente por el hecho de recibir este regalo, tenemos la obligación de alegrarnos, agradecerlo y celebrarlo. Celebrarlo amando cada momento de nuestra existencia. La Vida, a cambio, nos proveerá de virtudes y herramientas para ser tremendamente felices y que esas lágrimas que empañan tus ojos, como cantaba la banda punk de finales de los 70, Kaka de Luxe, ya no vuelvan más.
Hoy soy feliz. Hoy recuperé la alegría de vivir. ¡Yo Soy la alegría!