Davinia Lacht. Escritora
Cómo cambiaría nuestra vida si el miedo no interfiriera, si nos dejáramos llevar de forma espontánea por las conexiones a nivel más profundo? Obviando proyecciones, ignorando lo que la cabeza nos dice que podría ser o lo que la persona que tenemos delante podría creer que podría ser; y así la cosa podría enredarse en un bucle insaciable.
Lo confieso: miles de veces no he expresado lo que sentía por miedo al resultado, a veces he obviado lo que me dictaba mi alma juzgando sin saber. Otras tantas, he actuado sin hacer ni caso a lo que me decía la cabeza, dejándome llevar por la llamada inicial interior. Eso sí, una llamada que sentía como profunda y sincera. ¿Cuál ha sido el resultado? Actuar sin dar vueltas al asunto, sin interpretar cómo mi forma de actuar podría ser recibida, ha conducido a sincronías y conexiones espléndidas.
Y tal vez hoy no tenga la valentía para dar ejemplos concretos que no me suman en la vulnerabilidad. Quizás estas palabras vayan a quedarse hoy así, en el aire, para que a ti te lleguen como pueda ser más apropiado, sin que te influyan los casos concretos que se han dado en mi vida.
No obstante, quiero expresar un canto: un canto a la alegría, a la ligereza. Un canto a la predisposición para actuar desde el corazón sin temer recibir un no, sin dar vueltas, en la espontaneidad libre de separación. Cuando un cúmulo de pensamientos ocupa nuestro espacio interior, existe una separación entre la idea y la acción. La acción pierde fuerza, pierde sinceridad, pierde vigor. Sin embargo, cuando habitamos el momento presente con todo lo que somos, nada distingue a la idea de la acción. Son simultáneas, a la vez que puras, ya que de ese espacio interior no puede nacer lo perturbado, lo añejo. Añeja es la acción manoseada por el pensamiento, por las ansias, por el deseo de más.
En una ocasión me dijeron que vivir en el momento presente podría impedirte la acción. Curiosamente, estas palabras me las decía alguien tan sumido en sus pensamientos que tenía dificultades para distinguir qué era lo apropiado en cada momento y, como tal, la solución más frecuente era no actuar. La sensación interior es diferente. La sensación interior apunta a que habitar el momento presente evita que generemos tiempo; si dejamos de generar tiempo, desaparece la proyección. Esto no significa que no se pueda planear nada, pero sí que la forma de planear novedosa nace desde la practicidad, observando con pureza qué es adecuado a cada instante. Dejamos de acumular tiempo y, con ello, desaparecen los pensamientos que a modo de excusa nos impiden actuar. También desaparecen los pensamientos de que nunca es suficiente y buscan con ansia ocupar todo ápice de vacío.
Tal vez el núcleo de espacio interior sea donde radican la pureza, la belleza en la acción, la acción acertada. Puede que la forma más saludable de relacionarnos sea desde el instante de quietud en que no interfieren miedos ni escenas ficticias. Si dejáramos de volcar nuestras inseguridades en los demás, si dejáramos de alimentarlas propiciando su existencia al reposarlas sobre hombros ajenos, podría suceder que esas inseguridades se disolvieran y que, por fin, pudiéramos comunicarnos desde la pureza de quien ve sin las sombras del pensamiento.
Quizás convenga tomar las riendas y atrevernos a ser más nosotros mismos a cada instante, sin miedo a perder porque, a fin de cuentas, nada real puede perderse.
Que en este año que empieza tengamos la valentía de ser nosotros mismos, con todas las consecuencias. Ser uno mismo libera, aligera, mitiga todo el peso de la duda.
Que preguntemos cuando queramos saber.
Que digamos cuando queremos decir. Que el niño interior de pureza creativa se sienta libre para jugar en la vida con la espontaneidad de quien no tiene nada que perder. A fin de cuentas, ¿qué tenemos que perder?