Davinia Lacht
Escritora
Aquel día llovía y buscamos refugio en la Catedral de la Almudena. Las calles de Madrid, empapadas como estaban, se convirtieron en un espejo que reflejaría cada uno de nuestros pasos al andar. A veces, da un poco de miedo ver quiénes somos verdaderamente. En ocasiones, preferimos mantenernos muy ocupados para evitar ver lo que nuestros pasos reflejan en el agua. Muy a menudo, creemos tener tanto control sobre nuestras vidas que no nos atrevemos a confiar en las manos que han estado modelando el universo (y ahí sigue, enterito) desde... desde hace mucho, mucho tiempo.
Vamos, vamos a ver las vidrieras. Que bien podría haber sido una forma más de decir: Sentémonos unos instantes en silencio para desprendernos del peso de la Vida que haya podido acumularse a nuestras espaldas. Volvamos al monasterio interior desde el que se contempla el nacimiento y la muerte de las formas flotando en aguas seguras.
Caminábamos despacio para evitar resbalar sobre nuestro propio reflejo. No obstante, no hacía falta mirar hacia bajo para comprender quiénes éramos en realidad. Habría bastado con que nos miráramos a los ojos para ver que, en última instancia, aquello que reflejaban sus ojos era mi viva imagen. Sus ojos reflejarían aquello que yo decidiera ser a cada momento. Los ojos de quien tenemos al lado reflejan la versión de nosotros mismos que decidimos ser a cada instante.
Por sigiloso que intentara ser el andar, nada enmudecía el ruido de la goma mojada. ¡Ñic, ñic, ñic, ñic!; pero el espíritu seguía tranquilo, contento de que alguien pareciera dispuesto a escucharlo. El refugio de paredes se convertiría en verdadero refugio del alma. Cuando reine la confusión, vuelve a mí. Vuelve a mí si es que has decidido alejarte del único espacio en que serás quien quieres ser. Vuelve a mí cuando te alejes de los corales del fondo del mar y te pierdas en el oleaje de la superficie. Cuando centramos nuestra atención y valores en la superficie, la calma solo puede ser temporal. Nada exterior está hecho para permanecer ajeno al cambio; por lo tanto, nada exterior será seguro eternamente. Cuando nos volvemos uno con las profundidades, el oleaje pasa a ser un bonito espectáculo que admirar. Solo la esencia interior entiende de constancia y equilibrio.
Y allí estábamos, contemplando las vidrieras que embellecían el espacio. Espacio que habría sido perfecto en sí mismo. Espacio que recordaba a ese espacio que se abre en cada uno de nosotros cuando elegimos habitar el silencio. Espacio. Silencio. Habría sido perfecto en sí mismo, pero fue la naturaleza creativa del ser humano la que le hizo partícipe de la creación; y sí, no podemos negar que el universo se regocija creando. ¿Cómo no iba a sucederle lo mismo a sus criaturas más fieles? ¿Cómo no íbamos a sentir las personas ese impulso creativo?
Nos sentamos en los bancos. Una madre gritaba a su hijo que hiciera menos ruido. Ironías que todos vivimos. Sin embargo, el silencio seguía ahí, inalterado, inalterable, evitando que las olas del mar lo perturbaran con su vaivén.
¿Eres ya consciente de tu capacidad de cocrear? Sí, es mucho más fácil entrar en modo pasivo y fingir que uno es ajeno al entorno. No, no basta con empezar a vislumbrar una nueva realidad. ¿Estás permitiendo que esa nueva realidad se refleje en cada paso que das? ¿Son tus pasos fieles a quien crees ser en tu interior?
¿Hay coherencia entre lo que piensas, lo que dices y lo que haces?
¿Eres consciente de que estás creando el mundo de mañana con cada una de tus pisadas?
La pureza del silencio. La belleza de las vidrieras. Dos y solo uno. Ese uno parecía llamarnos a que seamos responsables, como si susurraran sin voz: ¿Estás eligiendo crear lo más bello con todos tus gestos?
Tal vez sea hora de que empecemos a darnos cuenta de que nuestra responsabilidad no se limita a ciertos momentos de responsabilidad, como un trabajo de impacto social, un voluntariado o la implicación en grupos espirituales. La cuestión es: ¿somos conscientes de que nuestra responsabilidad se extiende a todo lo que hacemos? ¿Estamos siendo en todo momento el amor y el respeto que deseamos en ciertos momentos? ¿Somos conscientes de que cualquier tipo de trabajo, actividad o práctica tendrá un impacto positivo si se ejecuta desde la pureza del ser? Antes de hablar, antes de actuar, plantéate: ¿aquello que voy a decir, aquello que voy a hacer –desde la actitud que tienes fregando los platos hasta la palabra y la intención que dedicas a una reunión que parece de vital importancia– contribuye a la versión del mundo que me gustaría vivir?, ¿estoy contribuyendo con todos, todos mis actos e intenciones, a un mundo mejor?
Las vidrieras contribuían a un mundo más bello.
El espacio de la catedral invitaba a habitar el espacio del alma.
Lecciones del monasterio¸ el libro de Davinia Lacht, está disponible en la Librería Verde (C/ Padilla 6, Valencia).