Davinia Lacht
Escritora
Cogí aquel tren preguntándome si el silencio me seguiría esperando allí donde siempre había hecho acto de presencia. Todo andaba bien, no iba buscando resolver dudas existenciales ni escondía grandes propósitos en la chistera. Quizás sea ese el mejor estado para encontrar el silencio: aquel en que no se persigue nada, ni siquiera el propio silencio. Desde ese lugar, a favor del fluir y con fuerza suficiente como para ir desviando las corrientes dañinas, me iba una semana de retiro en silencio.
¿El objetivo? Volver a aquello que soy cuando me quito a mí misma de en medio. Volver a ser solo aquello que siempre he sido y que es común a ti, a toda persona que ahora lea estas palabras. Quería tomar distancia de las situaciones en que yo misma podría estar siendo un obstáculo para que la Vida siguiera fluyendo a través de mí sin que mis miedos más primarios e instintivos interfirieran. El río fluye mucho mejor cuando no hay rocas de por medio; aunque quizás sean las propias rocas las que nos permiten percibir la fuerza del río.
Dime, ¿cuántas veces te has sentido abrumado por no saber qué camino emprender? ¿En cuántas ocasiones has dudado sobre las decisiones que tomabas? ¿Cuántas veces has sentido que te iba a explotar la cabeza por ser tantísimas las puertas que se abrían (o cerraban) ante ti?
En esos momentos, nuestra alma nos pide un poco de espacio para que podamos percibir su voluntad más elevada. ¿Le hacemos caso? ¿Quién decides ser: la esencia de luz interior o el barullo de tus pensamientos?
Cogí el último bus que me llevaría hacia la aldea de mis amores. Cada una de las 13 horas de viaje me había ayudado a alejar mi atención de los cambios que se avecinaban en mi vida. ¿Importaba mucho el lugar al que me dirigiera? No; importaba la predisposición para dejar atrás el conjunto de mi vida y honrar a la voz interior.
Ligereza. Paz. Júbilo. Esas sensaciones son las que mejor definirían los primeros días de retiro. Dejar de centrar toda nuestra atención en lo exterior y elegir volver al pequeño (enorme) monasterio interior nos hace sentir como si nos hubiéramos quitado de los hombros una mochila llena de piedras. En esos primeros días, veía con claridad la mezcla entre quietud y alegría satisfecha que en verdad soy, que en verdad eres.
Alerta. Pesadumbre. Inconformismo. El período intermedio del retiro se manifestaba bastante más rebelde. Después de ver lo que yo, y lo que todos, somos en esencia, me incomodaba mucho ver lo lejos que estamos de ese resplandor cuando nos perdemos en el ritmo frenético de las muchedumbres que esquivan el espacio. Sentía una atención plena, me había distanciado de mi mundo; y tanto era así que la vida tal y como la conocía en casa me parecía ilusoria, quizás irrelevante, en un momento en que todo parecía perfecto por el simple hecho de ser. ¿Qué sentido tenían las superficialidades del mundo cuando reinaba la plenitud solo por el hecho de estar viva? Las sensaciones me resultaban familiares; de hecho, me recordaban a los motivos por los que tres años antes había dejado mi vida atrás para retirarme en un monasterio durante más de un año. No obstante, en ese momento solo estaba recordando algo que ya sabía: que la vida es sueño. Era apenas un pequeño recordatorio con un propósito mucho mayor. Aunque mi corazón entendiera que el ruido de las aglomeraciones carece de sentido, también sentía que experimentaba la belleza del vacío para compartirla con los demás.
Responsabilidad. Claridad. Firmeza. Sentir que entendía (en cierto modo, con ciertas limitaciones) la realidad exterior me hacía sentir responsabilidad. La vida se presentaba como un paraíso ante la idea de poder vivir así: lejos de toda superficialidad, lejos del ansia de conseguir más o de ser cada vez más importante a las vistas del mundo. No obstante, estaba claro: la realidad era otra. El mundo era (es) hermoso y las sensaciones apuntaban a que quizás lo más importante fuera volver al mundo exterior enraizada en el mundo interior... Sí, era momento de establecer raíces fuertes y resistentes.
Me iba de allí en paz y con las ideas claras. Tenía la certeza de que mi destino era el camino en que decidiera volcar todo mi amor. Poco importan las decisiones exteriores. Solo importa que vivamos la realidad exterior desde la escucha de la voz interior. Desde esa escucha, solo pueden nacer cosas buenas.
Eso sí, era momento de volver a casa y afrontar la realidad: de nada sirve irse de retiro si no reiniciamos nuestro sistema día a día.
Dime, ¿alguna vez has pensado en irte de retiro? ¿Qué imágenes o sensaciones te vienen a la cabeza con la idea?
Te diré una cosa: lo que nos hace sentir en paz es, ante todo, la voluntad de tomar distancia interior de todos nuestros problemas (o sea, situaciones contra las que luchamos). Es más fácil cuando la distancia también es física, sí, pero el bienestar solo puede ser duradero si observamos día tras día cuáles son las realidades que nos pesan en el corazón. La cuestión es: ¿estamos dispuestos a resetearnos en el día a día?
¿De qué nos sirven tres días, o incluso una semana, de silencio y cuidados si volvemos a la vida normal y nos olvidamos de reconectar regularmente con el silencio interior?
Es aquí donde entra la importancia de la meditación, de esos minutos diarios que reservamos para pequeños reseteos en que nos quitamos la mochila de piedras que nos hemos puesto durante el día.
¿Estás dispuesto a dejar atrás el pasado con cada atardecer?
En el libro "Lecciones del monasterio", Davinia Lacht comparte 33 aprendizajes del tiempo que pasó en la comunidad monástica de Taizé, en Francia. ¿Hazte con una copia en la Librería Verde (C/ Padilla 6, Valencia, cerca del Ayuntamiento).