Davinia Lacht
Escritora
En la tradición cristiana, la temporada de Adviento es la época en la que nos preparamos para recibir al Cristo en nosotros. Son días de trabajo interior, observación y desprendimiento de todo aquello que supone un impedimento a la hora de expresar la perfección que mora en la esencia de todos nosotros y que nada tiene que ver con las decisiones y caminos recorridos con nuestros pies.
El momento es ahora y siempre estamos preparados para morir ante nuestro pasado y nuestras proyecciones futuras. No hay culpa que pese demasiado ni daño que no pueda ser subsanado. En la oscuridad de tu vida, en estos días en que se acortan las horas de luz en una invitación a volver al recogimiento, pregúntate: ¿estoy preparado para cumplir con el único propósito real de mi existencia?
¿Estás dispuesto a ver morir todas las elucubraciones de la mente para renacer como la única esencia que puede descubrir ante tus ojos la alegría de vivir?
Tanto si sigues algún tipo de tradición espiritual/religiosa como si no, la energía de estos días y la enorme fuerza que recubre el advenimiento del Cristo interior tienen el potencial de ayudarte a transformar tu Vida. Están ahí, para todos; están ahí para todo aquel que decida escuchar desde el silencio del corazón en calma.
Si yo solo quiero estar tranquilo y a gusto –te dirás–, fiel a mi rutina diaria y con algo de diversidad en los días que he reservado al final de la semana para mi disfrute. Porque, bueno, una cosa es el trabajo y otra, mi vida personal. Solo quiero un poco de paz, no me vengas con líos.
No obligues a la Vida a ponerte retos mayores para que te den ganas de despertar del sueño. Cuando la experiencia es dolorosa, ¡cuánto se busca despertar! Uno se da cuenta de que esa realidad, esas imágenes, no pueden ser todo lo que hay. O, por lo menos, no quiere creerlo. En los momentos duros, ¡cuánto se desea que la verdad más esencial sea diferente a los vestigios de pesadumbre que te acechan! Sin embargo, cuando uno nada por aguas sosegadas, poco interés tiene en sus profundidades.
Aunque sea por curiosidad, aunque solo sea porque alguna de estas palabras hace eco en tu interior, regálate unos momentos de quietud en estos días en que la llamada del silencio es mucho más fuerte. No te sorprendas si sobrevienen pensamientos de: Pero ¿qué estoy haciendo aquí sentado sin hacer nada? Ay, se me olvidaba que tengo que escribir a Juan. Por cierto, ¿cómo estará mi amiga Noelia? Voy a escribirle. Entendamos o no, la fuerza de la inercia, de lo que hemos sido hasta este momento, nos pondrá pequeñas piedras en el camino resistiendo el cambio. Se trata, simplemente, de la versión de ti que prefiere el ruido y que se aterroriza ante los momentos de quietud. ¿Cómo no va a tener miedo el ruido del silencio? Acabaría con su existencia.
Pregúntate con osadía: ¿quiero expresar una versión diferente de mí mismo? ¿Quiero ser canal para la esencia divina cumpliendo así con el único propósito de mi existencia? ¿Soy capaz de renunciar a la voz del sufrimiento para ser una versión más pura de mí mismo?
Son preguntas que nos aterran, pero déjame decirte una cosa: en el momento en que empezamos a escuchar no solo las palabras sino también los silencios que se dan entre ellas, solo existen dos opciones: obedecer a la voz que nos habla desde el interior y que nos conduce por el camino de máxima alegría, o rechazarla, a sabiendas de que no estamos haciendo lo que el corazón de verdad anhela.
El camino del silencio es el único camino que nos conduce a la paz verdadera y, sin poder evitarlo, a la unión. No hacen falta dogmas, ni tradiciones, ni etiquetas que nos unan a ningún grupo. De hecho, puede que la entrega más sincera sea aquella que se hace cuando nadie nos ve.
No tengas miedo. Todo camino que hayas elegido hasta el momento a nivel exterior está bien. Escucha al amor que hay dentro de ti y que va modelándote. Nada que hayas hecho en esta vida te despoja de tu derecho a vivir en paz. Nada que no hayas hecho en esta vida te impide vivir en paz. Todo lo que necesitas está aquí, en este momento, en el lugar desde el que lees estas palabras y en la forma que haya tomado tu realidad exterior.
Ahora respóndete a ti mismo, con sinceridad: ¿estás preparado para cambiar tu vida?
Si la respuesta es un sí rotundo y sincero, recuerda entregarte a los profundos silencios que te esperan en estos días. No te pongas excusas, ríndete ante la esencia de tu alma con valentía.
Nunca ha sido mejor momento.
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