Quién es
Juan Carlos Kreimer escribe periodismo cultural, textos relacionados con una nueva manera de entender la espiritualidad y narrativa.
Coordina grupos de redacción, acompaña autores. Es autodidacta, buscador independiente y sus deportes preferidos, además del ciclismo, son el remo y el tenis.
Fundó la revista "Uno Mismo" en 1982 y la dirigió hasta 1994. Fue gerente de Longseller y desde hace 20 años gerencia su propia editorial Era Naciente, productora de la serie "Para Principiantes". Ha vivido en París y Londres. Publicó quince libros; el último, "Bici Zen, ciclismo urbano como meditación" (Editorial Kairós).
Siente como propia la Gestalt de Fritz Perls, la Autoasistencia Psicológica de Norberto Levy y la Perspectiva Transpersonal.
Se define como un zen laico.
Aurelio Álvarez Cortez
-La bicicleta es uno de los inventos del hombre más simple y útil, sobre el cual depositaste tu mirada a partir de la experiencia.
-Yo usaba la bicicleta porque era bastante pobre y lo que ahorraba en transporte significaba la posibilidad de comprar revistas extranjeras o más libros. Cotidianamente iba en bici al trabajo, de un lugar a otro. Salía de mi casa y la cabeza se me vaciaba, empezaban a venir ideas brillantes, como esos destellos a través de los cuales la vida te dice "aquí hay algo". Por eso cada tanto tenía que parar y anotar en mi agenda esas ideas en bruto. A la noche pasaba los apuntes al ordenador. Sabía que ahí había un libro, pero no quería hacer un manual del ciclismo o una obra biográfica. En 2012 debí atravesar una etapa difícil, fueron tres meses de tratamiento con radioterapia, razón por la cual me prohibieron subir a una bicicleta, una práctica que me ofrecía tanto bienestar.
Alguien me contó que mediante la evocación uno puede reconstruir la vivencia, en este caso andar en bicicleta. Personas que han perdido un brazo, por ejemplo, y que han sido jugadores de baloncesto, al mirar un partido y evocar imágenes en el cuerpo tienen las mismas sensaciones.
Así me di cuenta de que debía juntar dos pasiones mías, la bici y escribir, para recrear mis desplazamientos en dos ruedas.
-¿Cómo vinculaste la bici con el zen?
-Iba al hospital a recibir los rayos todos los días y cuando regresaba en autobús a mi casa, lo hacía impaciente por sentarme a escribir. A pesar de que tengo oficio, con 40 años trabajando en textos propios y ajenos, el libro se hizo solo. Casi todas las anotaciones me llevaron a una visión más humanista. Sin proponérmelo, advertí muchos correlatos con lo que plantea el zen. Y seguí esa línea de pensamiento, sin que se tratara de un libro de autoayuda o para vender el uso de la bici, sino quería reflejar lo que realmente sentía. No importaba si se publicaba o no. Me prometí escribirlo lo mejor posible, cuidando la prosa, el lenguaje, jugando con los diferentes géneros, como la narrativa, el ensayo o un diario íntimo.
-El zen ha sido relacionado con otros temas, como la arquería.
-A partir de los 18 años regalé a mis amigos, a quienes quería explicar un sistema de pensamiento singular, "Zen y el arte de los arqueros japoneses", de Eugen Herrigel, del que he comprado 524 ejemplares, en distintos países y en diferentes idiomas. Otro libro que me impactó y no pude terminar de leer es "El zen y el arte del mantenimiento de la motocicleta", de Robert M. Pirsig, que habla de lo que siente un hombre con ese objeto y la comunicación que se establece entre ambos. Pensé que no era el único loco al que le sucedía algo parecido (risas), yo tenía un diálogo con la bicicleta.
-Se aprecia un continuo juego entre lo físico, lo material y tangible, y el aspecto trascendente, espiritual.
-Desde mi adolescencia soy un buscador. Sé que no hay una verdad a la que arribar sino caminos de búsqueda. Los libros que he leído y experiencias terapéuticas que he vivido y coordinado, los diálogos con mis amigos, mis momentos de soledad, arriba o abajo de la bici, todo entra en el terreno de la búsqueda para responder a las tres preguntas clásicas: quiénes somos, para qué estamos acá y adónde vamos. "Bici Zen" no da una respuesta, apenas cuento mis autoobservaciones y, a partir de ahí, expongo lo que aprendí, por ejemplo, a través de mis lecturas con libros como los de Kairós, que fueron mi universidad, o escribiendo para Uno Mismo, o en los talleres que impartí.
-Mientras escribías, ¿adónde te llevó esta creación literaria?
-A revivir muchos momentos felices de mi vida, como aquellos tenidos con mi padre. En mis primeros pedaleos, después de sostenerme brevemente, me soltó y salí andando... Fue el primer contacto que tuve con la libertad. ¡Me sentí libre de mi padre!, Yo podía andar por las mías... Además había sido el primer objeto de mi propiedad. Hasta entonces había heredado la ropa de mis hermanos, sus lapiceras, todo. A partir de ese instante fui responsable de cuidar y mantener la bici. También recordé que con ella jugaba a cada vez ir más lejos y tomar caminos diferentes. Llegaba hasta un terreno baldío al que tenía prohibido ir, transgrediendo una orden paterna. Buena parte de mi formación como escritor y periodista, y creativo en algunos aspectos, surgió ahí, al no transitar los caminos establecidos, permitiéndome salir de los límites. En ningún momento me perdí, al contrario, desarrollé una capacidad de ir más lejos sabiendo que siempre puedo volver.
Por otra parte, reencontré la sabiduría de mis maestros, aprendida a través de libros, reflexiones, charlas, del budismo básicamente. Nunca tomé un ordenamiento zen o budista, sí refugio con un grupo de budistas. No tomé al budismo ni al zen como un dogma sino como una práctica abierta, sin necesidad de conceptualizar nada: cuando se nombra, el Zen deja de ser.
-¿Qué experimentas conduciendo una bici?
-Primeramente, la unidad hombre-bici. De alguna forma sientes que la bici es una parte de tu cuerpo, no un elemento separado. Estás sentado, quieres girar y no piensas, sucede automáticamente, avanzas... Entras en un estado de conciencia que te hace sentir uno con la calle, con el paisaje. Si profundizas un poco, al andar conscientemente, observas cómo es la entrada del aire en tus pulmones, el pedaleo, esa alineación con la bici para hacer el menor esfuerzo posible. Comienzas a tener sensaciones, no digo satoris o samadhis, pero sí visiones interiores mucho más fuertes que las habituales. Lo más importante es el cambio de perspectiva. Las cosas las ves desde otro lugar, mucho más natural, con menos interferencias, sin prejuicios o tabúes. Se abre en tu interior un espacio de mayor percepción, una puerta vaivén entre el consciente y el subconsciente.
También descubrí que lo que más impedía alcanzar algunos objetivos era precisamente el deseo de querer lograrlos. Cuando me entregué al proceso, obtuve lo que quería u otra cosa, algunas veces mucho mejor. La energía puesta en el resultado hay que mudarla a los procesos, y es lo que plantea el zen. Lo que importa es la acción, no el resultado.
-Mencionas un descubrimiento interesante, la energía en el hara o vientre.
-Había leído mucho tiempo atrás un libro de Karlfried Dürckheim sobre el hara, publicado en España, que hablaba de esa energía. El cuerpo pesa menos por asentarse en el sillín; ir sobre un eje y el envión de la bici hacen que haya momentos en que puedas avanzar sin gastar energía física. Por lo tanto, lo liviano del cuerpo y el movimiento de piernas conlleva que ascienda la energía desde los centros inferiores. Es decir, sentado en el vientre, percibo que no conduzco la bici desde la cabeza, sino que se produce una fuerza que avanza. Las primeras veces que fui consciente de ello me asusté, luego lo dejé ser. Sentía mucha energía, regresaba del trabajo tranquilo, sin cansancio, luego de 8 km de ir en bici.
La evocación de estas situaciones, analizarlas y vincularlas con los estados de meditación me pusieron en un estado muy similar. Sin querer expresar que tomamos mensajes del cosmos, digo que somos canales de energía. Hay una energía en nosotros, holográficamente, en el universo, con mucha información, que la descodificamos en una pequeñísima parte.
-En el libro señalas también las transgresiones del ciclista, su falta de responsabilidad.
-La bicicleta da mucha libertad, acorta caminos, pero puedes molestar a los peatones, también a los automovilistas, haciendo maniobras que no pueden prever. Y así como existe una alineación cuerpo-bici, debe haber algún tipo de alineación urbana. Ya no se trata de una moda, no somos cuatro o cinco ciclistas sino un movimiento, una cultura de la bicicleta, para el cual conviene ir estableciendo ciertas pautas. Siento la necesidad de decir a los ciclistas que parte de nuestro tarea es andar correctamente. Para ser respetados tenemos que respetar, para ser apreciados tenemos que apreciar. Somos parte de un todo.
En muchos países no hay legislación o normativa para esta cuestión. El ciclista puede ir contramano, por la acera, sin casco, y no lo sancionan... Es un asunto alegal. En la vida también existen asuntos alegales, pero en muchos caminos que transité se habla de valores, de hacer lo más adecuado en cada momento, lo más correcto. Y cuando escribía, no pude evitar pensar que esto es lo que significa la palabra dharma, la acción correcta. Más incursionaba en los problemas concretos del ciclismo, más aparecían las interpretaciones, las lecturas o palabras que usa el zen para explicar muchos fenómenos de la vida.
-Para hablar claramente, no te estás refiriendo a la religiosidad sino a la espiritualidad.
-Sí, espiritualidad. Lo que estoy expresando con respecto a la bici se integra en una serie de fenómenos de una nueva espiritualidad. Es otra perspectiva de la vida, diferente, dejando aflorar valores no impuestos por la sociedad, no valores morales, sino valores intrínsecos del ser. Por ejemplo, la compasión, compartiendo que todas las personas tenemos una base común, que somos una chispa de la misma energía y estamos ocupadas por las mismas cuestiones, con las mismas estructuras, dando un sentido a la vida. Esto es la nueva espiritualidad, muy zen, simplemente una búsqueda que en las últimas tres décadas ha ido por los denominados caminos de crecimiento. Se han abierto muchos, de trabajo corporal, filosóficos, psicológicos, que apuntan al autodescubrimiento y que, lejos de ofrecer un modelo a seguir, dan referencias para realizar la búsqueda propia, individual.
-Si bien no se lo reconozca así, afirmas que el zen ya es una parte estructural del inconsciente colectivo.
-Aunque no se llamen zen, muchas propuestas del zen se han integrado en la vida cotidiana. Cuando hace 25 años hacíamos (la revista) Uno Mismo con Agustín Pániker y hablábamos de nuevos paradigmas en psicología, en alimentación, en actitudes básicamente, se nos decía que éramos unos individualistas que pensábamos solo en lo propio. Sin embargo, esos artículos que publicábamos hace tanto tiempo hoy aparecen en las revistas dominicales de los grandes medios.
Acabo de visitar nuevamente Londres, recorriendo lugares donde había caminado muchos años atrás, y no había calle donde no hubiera carteles anunciando clases de yoga. Hubo un gran cambio en la sociedad. Hace 25 años a los que practicábamos yoga nos llamaban excéntricos en el mejor de los casos. Igual sucedía con la expresión corporal, a quienes participábamos en esas sesiones nos tildaban de locos. Actualmente la sociedad de consumo está vendiendo estas mismas actividades a quienes llevan una vida sedentaria, racional.
-¿Qué crees que te ha motivado hacer este libro?
-Lo que a mí me mueve en este libro es básicamente exponer que los desvíos son el camino. La bicicleta es un desvío ante las intenciones de que compres un coche, que consumas; es una transgresión a la pauta. Usar la bicicleta es salir de lo prestablecido, animarse. Al trazar las ciclovías e incluso mantenerlas y hacerlas crecer, los gobernantes están quitándole espacio al automóvil. En algunas ciudades donde los desplazamientos en coche son muy lentos, con la bicicleta se va mucho más rápido, se gasta menos energía, el impacto ambiental es mucho menor.
Este libro fue un aliado en un momento de mi vida y refuerza conceptos al no decir nada nuevo. Lo que busca es la resonancia, sin convencer a nadie, como ocurre con la práctica del zen. El verdadero maestro zen busca ayudar a que cada persona pueda reconocerse y ser sí misma. Cuanto más lo es y acepta quien es, la persona se integra en una comunidad que en el budismo se llama sangha. En la búsqueda espiritual la sangha da más fuerza para creer en lo que uno profesa. Los ciclistas son parte de una sangha. Cuando voy en mi bici saludo a alguien que pedalea en la suya solo por ser de la sangha de los ciclistas, en un segundo hacemos un gesto... ¿En qué creemos?, en que no tenemos que seguir algo uniforme, sino que la relación es más fuerte cuando cada uno es más uno mismo.