Quién es
Doctor en filosofía, fue profesor y coordinador del Área de Filosofía del Masters in Holistic Science del Schumacher College (Universidad de Plymouth). Colabora con diversos medios de comunicación e imparte cursos y conferencias como profesor invitado tanto en universidades y foros públicos, como en el ámbito empresarial. Aborda contenidos relacionados con la filosofía, la sociología, el pensamiento ecológico y el necesario cambio de visión del mundo. Colabora también con diferentes fundaciones y onegés.
En su libro “Inteligencia vital. Una visión postmaterialista de la vida y la conciencia” (Ed. Kairós), Pigem propone un nuevo modo de entender la vida, la inteligencia y la conciencia.
Aurelio Álvarez Cortez
-¿Me equivoco si afirmo que tus palabras invitan a una reconciliación del hombre con todo lo que le rodea?, ¿dejar atrás la alienación en que vive por haberse fragmentado?
-La escisión entre la vida y la inteligencia, entre el cuerpo y la mente, entre la naturaleza y la cultura, es el trauma originario de la cultura occidental. Se manifiesta en tres rasgos especialmente acentuados en las culturas de raíz judeocristiana: el miedo a la muerte, la incomodidad ante la sexualidad y la actitud colonial ante la naturaleza. La cultura occidental, acaso más que ninguna otra, históricamente ha querido distanciarse de la naturaleza y de la vida. Una consecuencia de ello es la sensación contemporánea de atomización y fragmentación: sabemos más que nunca, pero nuestro conocimiento a menudo carece de coherencia y de perspectiva global. Otra consecuencia es el hecho de que la cultura contemporánea a menudo carece de arraigo en la realidad viva del mundo, porque el modelo de conocimiento imperante intenta reducir la vida y el conjunto de la realidad a mecanismos y abstracciones. Necesitamos una reintegración del conocimiento, una reconciliación de la inteligencia con la vida, y una nueva relación con la naturaleza, con el cosmos, con la sociedad y con nosotros mismos.
-Sostienes que lo que guía a los organismos, en general, no es la supervivencia, sino aquello que les apetece. ¿Una pulsión sana, por decirlo de alguna forma?
-En la naturaleza hay competición, pero siempre se da en un marco mucho más amplio de cooperación, sin la cual los ecosistemas se colapsarían. La competición en la naturaleza no busca el monopolio o el genocidio, sino el equilibrio. Pero desde nuestro ego que se siente aislado, atomizado, enfrentado a la vida, todo se ve a través de las lentes de la competición y la supervivencia. Una y otra vez, documentales que muestran animales expresando libremente su propia naturaleza invocan sin ninguna justificación la idea de supervivencia: vemos seres magníficos haciendo lo que más les apetece y oímos que todo es una lucha incesante por vivir un día más. Si nosotros en invierno querríamos ir a lugares cálidos, por una cuestión no de supervivencia sino de apetencia, ¿por qué no puede haber una inclinación semejante en las aves migratorias? Todo ser se orienta hacia lo que contribuye a su autorrealización, fluye hacia lo que apetece a su naturaleza: la bacteria hacia el nutriente, la planta hacia la luz, el ave hacia el buen clima. La apetencia, la tendencia a satisfacer las inclinaciones naturales, es lo propio de todos los seres vivos. ¿Cuántas veces has hecho algo realmente para sobrevivir? Cuando comes o duermes, ¿lo haces para sobrevivir o porque te apetece? ¿Por qué habría de ser distinto con otros seres vivos? Podemos buscar la supervivencia en situaciones de emergencia o de gran privación, pero en circunstancias normales cada ser sigue sus inclinaciones naturales, su apetencia.
-¿Llegaremos a considerar la naturaleza como una potencial mentora de nuestro desarrollo, en lugar de un objeto a explotar? Por ahora, todo indica que estamos lejos de ese ideal que apuntas en tu último libro.
-Ver a la naturaleza como maestra y modelo es una de las claves de una joven disciplina, la biomimética, que estudia la inteligencia y creatividad de la naturaleza a fin de diseñar materiales, procesos y estructuras más eficientes y más llenos de vida. Por ejemplo, se ha comprobado que el hilo de la tela que teje la araña es, en relación con su peso, cinco veces más resistente que el acero. Y a la vez mucho más flexible y está hecho en silencio, a temperatura ambiente, con la energía del metabolismo y sin generar residuos tóxicos. Leonardo da Vinci es un gran prionero de la biomimética, como lo es también Antoni Gaudí. En nuestro mundo al borde del colapso, la continuidad de la vida humana sobre la Tierra depende de que dejemos de ver la naturaleza como almacén de recursos y vertedero, y pasemos a verla como modelo y mentora. Estamos lejos de ello, sin duda, y también estamos cada vez más cerca. Porque vivimos en un mundo con mayores retos y oportunidades que nunca. Crece la oscuridad y a la vez crece la luz, en silencio. Vamos hacia un clímax del que puede resultar un mundo peor o un mundo mucho mejor, en el que la vida esté más llena de sentido. Si el mundo que nos rodea se decantará hacia un lado o el otro depende, en buena parte, de cada uno de nosotros. Si antes de nacer hubiéramos pedido encarnarnos en un mundo que fuera muy interesante, no nos habrían enviado a una época donde todo estaba claro. Nos hubieran dicho "ve a principios del siglo XXI, y ya verás como todo está por cambiar". Como en todo tipo de actividades, es necesario tener en cuenta a la naturaleza y poner las personas por delante de las cosas y las cualidades por delante de las cantidades.
-Tu definición de qué es un ser vivo, por favor.
-Vivir es nacer a cada instante. La vida es continua renovación. Eso es lo que hacen nuestras células, y eso deberíamos hacer nosotros si queremos vivir plenamente. Cada ser vivo es un mundo, un mundo de sensaciones a través de las cuales se orienta de manera inteligente. Porque donde hay vida hay inteligencia, y donde hay inteligencia hay vida.
-¿Todos los seres son sintientes porque la ausencia de neocórtex, el cerebro racional, no impide experimentar estados afectivos?
-Las piedras, por ejemplo, no son seres sintientes. Pero todos los seres vivos, ya desde los organismos unicelulares, son seres que tienen una noción de su entorno, que tienen algún tipo de sensación y de interioridad y que saben responder creativamente a nuevas situaciones. La Declaración de Cambridge sobre la Conciencia, firmada en 2012 por algunos de los mejores neurocientíficos, afirma rotundamente, desde la evidencia científica reciente, que no es necesaria la complejidad del cerebro humano para experimentar estados afectivos. Y añade que hoy es ya indiscutible que hay conciencia, como mínimo, en todo tipo de mamíferos y de aves.
-Cuestionas al neodarwinismo en sus postulados en cuanto al poder de los genes. El biólogo Bruce Lipton se ha hecho famoso por asegurar que la genética no controla la vida, y ha recibido fuertes críticas. ¿Qué hay de cierto en este debate?
-Lipton tiene razón en todo lo que critica del reduccionismo neodarwinista. Y en mucho de lo que afirma sobre nuestra capacidad de transformación. Pero sus libros también incluyen afirmaciones muy aventuradas que personalmente no comparto. Prefiero quedarme en lo que hoy podemos afirmar sólidamente desde la ciencia. Que la genética no controla la vida debería ser hoy evidente para quien se tome la ciencia en serio. Los genes tienen funciones muy importantes, pero dependen del contexto del núcleo de la célula, que depende del contexto de la célula, que depende del contexto del organismo. Se los ha sobrevalorado enormemente. Creer que hay un programa genético que nos controla es hoy una creencia obsoleta, una superstición, tal vez atractiva para quienes querrían que todo fuera mécanico y controlable, pero sin fundamento alguno en la evidencia científica. Como escribo en el libro, resumiendo una sección sobre este tema, creer que los genes son los protagonistas de la película de la vida es no haber entendido la película.
-Imagino la cara de algunos científicos si leyeran esa frase que citas: “La vida es la intervención continua de lo inexplicable”.
-El espíritu científico requiere una mente abierta, dispuesta a renunciar a los propios prejuicios cuando son incompatibles con la evidencia. Hace cuatro siglos, la ciencia moderna nació con la convicción de que toda realidad puede reducirse a procesos mecánicos. Y durante tres siglos pareció que, efectivamente, todo lo que observamos en la naturaleza y en el cosmos podía explicarse a base de elementos materiales y leyes mecánicas. El universo se parecía cada vez más a una inmensa burocracia, toda llena de leyes y cifras. Lo que hoy vemos, si miramos con atención, es que el núcleo de la realidad habla el lenguaje de la imaginación, la creatividad y la intuición más que el de las leyes, fórmulas y conceptos. Y cuanto más ahondamos en el conocimiento de la vida, más vemos que desborda lo que podemos comprender. Cuantas más respuestas, más se multiplican las preguntas.
-¿Puedes explicar qué es el totalitarismo cibernético?
-Jaron Lanier, genial pionero de la informática que en su día acuñó la expresión “realidad virtual”, se ha ido desencantando ante muchos de los desarrollos del mundo digital, y él mismo denuncia como totalitarismo cibernético el intento de reducir la realidad a los simples parámetros de la informática, haciéndonos creer, por ejemplo, que la mente no es más que un ordenador y que puede reducirse a dígitos y programarse. El filósofo Byung-Chul Han, en una línea similar, denuncia el “dataísmo”, la creencia de que lo que más importa son los datos. Pues no. Lo que más importa en la vida no puede de ninguna manera reducirse a cifras o a dígitos. Creer lo contrario es un empobrecimiento de la vida y de la mente. En el libro muestro, analizando el caso de los ordenadores que juegan al ajedrez, que las máquinas no piensan, solo calculan. Pueden calcular prodigiosamente a base de aplicar reglas fijas, pero nada entienden ni podrán nunca entender. Ahí no hay verdadera inteligencia. Un programa de traducción automática, incluso cuando acierta, nada entiende de lo que traduce. Hablar de “inteligencia artificial”, como se hace hoy cada vez más, es un insulto a la verdadera inteligencia, que siempre tiene algo espontáneo y creativo y que nunca podrá ser imitada por las máquinas, por más tecnoutopías con las que quieran adormecernos.
-¿Y el Homo reciprocans y el Homo economicus?
-El Homo economicus es una fantasía creada en la mente de economistas que no entendían al ser humano ni al mundo real, que creían que las personas solo se rigen por criterios cuantitativos y abstractos, y que nunca se dieron cuenta de que la economía es un subsistema de la sociedad, que a su vez es un subsistema de la vasta red de relaciones que es la Tierra. El ser humano es por naturaleza mucho más cooperativo que competitivo. En una sociedad sana puede haber competición, como búsqueda de la excelencia en lo que uno hace y no como un pisar al otro, pero siempre dentro de un contexto más amplio orientado al bien común.
-En un capítulo de tu libro expones el aporte de Abraham Maslow y un mentor menos conocido, y ponderas las virtudes de la autorrealización. ¿Puede existir una economía que la sustente?
-En un sociedad sana, libre y vital, la genuina autorrealización de una persona no se hace a expensas de los otros, sino que contribuye a la autorrealización de todos: en la medida en que cada uno encuentra su camino, contribuye a que otros y otras encuentren el suyo. Podemos construir sistemas económicos y sociales que se basen en lo mejor y no en lo peor de la naturaleza humana, que proporcionen trabajo digno y con sentido al servicio del bien común. Pero ello requiere un profundo cambio de orientación y de valores. Una economía en sintonía con la vida ha de centrarse no en el crecimiento de los bienes materiales, sino en el crecimiento de las personas y de la vida: ha de ser una economía de la autorrealización.
-Algunas de tus reflexiones inducen a pensar que los humanos somos seres que huimos de la muerte sin disfrutar de la vida.
-El miedo a la muerte es proporcional al miedo a la vida, al no atreverse a vivir plenamente, al no atreverse a ser uno mismo. Hay miedo al vivir porque vivir es navegar en lo siempre nuevo. Ese miedo despierta la sed de poder y de control, y una forma de creer que controlamos el mundo es reducirlo a lo mecánico y lo insensible. Pero ese reducir y ese controlar son espejismos que tarde o temprano se resquebrajan. Es lo que está pasando hoy con la crisis ecológica, que es solo un reflejo de nuestra profunda crisis cultural. Cuando a las personas moribundas se les pregunta qué faltó en sus vidas, la respuesta más habitual es que se arrepienten de no haberse atrevido a intentar realizar sus sueños, de no haberse atrevido a ser sí mismas. Una vida plena no se consigue acumulando cosas ni siguiendo recetas fáciles. Se consigue solo atreviéndote a seguir el propio camino.
-¿Cómo es el razonamiento circular que describes, formado por los conceptos de vida, inteligencia y autorrealización?
-En el libro muestro que donde hay vida hay inteligencia, y donde hay inteligencia hay vida. La vida y la inteligencia son inseparables. Esta inteligencia del organismo, está al servicio de su autorrealización, y por ello, donde hay autorrealización hay inteligencia, y donde hay inteligencia hay autorrealización. Lo podemos formular así: vida inteligencia autorrealización. La vida es inteligencia y autorrealización.