"La emoción tiene un gran valor adaptativo en el reino animal, nos avisa rápidamente de algo que está cambiando en el entorno", dice Iván Ballesteros, joven biólogo y doctor en Farmacología y Terapéutica Humana, y citando estudios en el campo neurocientífico, afirma: "Si los humanos viviésemos desde el mundo de la razón, estaríamos fuera del momento presente, impidiéndonos adaptarnos al hábitat, donde se producen muchos cambios rápidamente". El autor de "Quiero aprender cómo funciona mi cerebro emocional" (editorial Desclée De Brouwer) e investigador en el campo de las enfermedades cerebrovasculares y del sistema autoinmune explica así el porqué de la vital relevancia de las emociones.
Tras apuntar que "la emoción en estado puro apareció muchísimo antes que el hombre", con los mamíferos, y que ahora se abre la investigación en insectos, Ballesteros expone que nuestro cerebro tiene dos partes, "como si fueran Míster Hyde y el Doctor Jekyll", que se han ido construyendo a lo largo de la evolución, según la teoría ontofilogenética. Compartimos muchas similitudes con otros animales y con ellos tenemos un mismo punto de origen. "El cerebro mamífero se ha construido en esos andamios, el neocórtex, el cerebro racional, aparece recién en los primates. A la hora de utilizar el cerebro tenemos una parte más salvaje y otra más racional. La emoción influye más en nuestra forma de pensar porque los andamios sobre los que edificamos la razón están fundamentados en el cerebro límbico, irracional".
Del mismo modo, se sabe que "pensar es mucho más lento que sentir por razones de fisiología pura, de cómo está formado nuestro sistema nervioso". Concretamente, la emoción se produce en cuestión de 200 milisegundos, mientras que el pensamiento tarda unos 500.
Como emociones básicas, Ballesteros destaca el resultado de los estudios de los microgestos, de Paul Ekman. "En cualquier parte del mundo se puede identificar el rostro humano cuando siente miedo, tristeza, alegría, asco, sorpresa o enfado. Se detectan muy bien como emociones universales que no responden a culturas o aprendizajes, y dan información. Por ejemplo, podemos huir al ver la expresión de miedo de una persona, sin que nos diga nada, por simple empatía".
Además, también se sabe que envejecemos prestando atención a las cosas positivas más que a las negativas. "Es el llamado efecto positivo, producto de una mayor activación de nuestro córtex prefrontal, centro de la regulación emocional, conforme nos hacemos mayores", señala. "Se ve la vida más positiva. No nos ahogamos en un vaso de agua, como un niño pequeño que se comporta con emociones menos reguladas: se enfada más rápido, llora fácilmente. Llegamos a cierta sabiduría sobre la vida, a cómo tomarse las cosas".
Otra característica de las emociones es que se contagian "probablemente porque son muy adaptativas", expresa el neurocientífico. Imaginemos que "cuando una tribu de homínidos compartía comida, uno de ellos de repente, al morder algo, sentía asco. El resto de inmediato no quería comer lo mismo quizá por miedo a enfermar o a morir. Este contagio emocional es muy positivo para adaptarnos al entorno".
En referencia al llamado dolor emocional, asociado al córtex cingulado anterior en nuestro cerebro, Ballesteros afirma que "cuando se activa, este dolor es distinto al físico, pero tienebastante analogía a nivel sensación", y se expresa metafóricamente con frases como "me duele el alma" o "se me parte el corazón". "Tal vez influyó mucho al mantener comunidades de homínidos cohesionadas. Si alguno dejaba de pertenecer al grupo, se lo apartaba o se sentía rechazado, generaba conductas para evitarlo, para ser útiles o reconocidos. Desde el punto evolutivo, ha funcionado muy bien por ser animales sociales que vivimos en comunidad".
Asimismo, los estudios sobre el tándem emoción y motivación han revelado que la primera se construye sobre la segunda. "La motivación surge primero por cuestiones de supervivencia. Por ejemplo, ante una fuente de calor las bacterias se alejan. Y la emoción es el combustible, da energía, para alcanzar un objetivo. Ambas están muy relacionadas, tanto que es difícil diferenciar los comportamientos emocionales y motivacionales y parecen ser dos caras de la misma moneda".
Pero las grandes estrellas de los últimos años son los neurotransmisores, mensajeros del sistema nervioso, que activan o desactivan distintas áreas cerebrales. Como las neuronas entre sí no están conectadas, necesitan quien lleve la información de una a otra por el espacio sináptico. Este descubrimiento lo hizo Ramón y Cajal, a fines del siglo XIX, este célebre español dijo aquello de que "todo hombre puede ser el propio escultor de su cerebro". "Esta frase visionaria estaba refiriendo a la plasticidad cerebral. El cerebro siempre está cambiando, se moldea, porque tiene capacidad de aprendizaje, ya sea por pensamientos o emociones. Esta información sienta las bases genéticas de la psicoterapia", recuerda Ballesteros.
Un caso quizá paradigmático es el de la hermana Bernardette, cuyo cerebro se amoldó de tal forma a una enfermedad como el Alzehimer y consiguió mantener sus funciones cerebrales intactas. "Es un gran misterio y levanta más preguntas que respuestas", admite el joven investigador.
Por otra parte, como "sabemos que las emociones son un predictor de nuestra salud muy importante", Ballesteros plantea "por qué no incluir datos del estado emocional de los pacientes en las historias médicas clínicas, que es una cosa muy sencilla de evaluar, que no cuesta dinero, un test emocional por ejemplo".
Es así, emociones y salud están muy relacionadas. En particular, la carga emocional pesa muchísimo en los enfermos crónicos y "optimar el bienestar de estos pacientes lograría también su mejoría. Un estado emocional bajo propicia conductas nada adaptativas. Por ejemplo, ante la toma de una medicación, una persona deprimida no tiene ganas y la deja de tomar. Con un estado emocional positivo, el tema cambiaría".
Acerca de la meditación, Ballesteros resalta que "es sentir el entorno sin el filtro de la razón, en un estado de conexión con lo que nos rodea, en tiempo real. Esto produce por un lado relajación, y por otro, la regulación emocional a través de la actividad en la ínsula cerebral. La meditación es muy positiva, eficaz contra el cáncer del siglo XXI, el estrés, y permite trabajar nuestro yo emocional, dejando el yo racional, para poder sentir".
Por último, el también experto en inteligencia emocional de la Universidad Internacional de La Rioja destaca que "para administrar nuestros sentimientos necesitamos de la inteligencia emocional", a fin de que "seamos más conscientes de lo que nos pasa emocionalmente. Me gustaría que fuéramos un mix de homos emocionalis y tecnologicus".