Eduardo H. Grecco. Psicólogo, Maestro en Terapia Floral
Lo que ha sucedido en estos años en torno al trabajo que se desarrolla sobre la bipolaridad es sorprendente. Cada día es mayor el número de personas que toman conciencia de su propia inestabilidad emocional y que, como consecuencia, dejan de estigmatizar a aquellos otros que han sido diagnosticados con este término clínico. Del mismo modo, cada día crece el número de profesionales del arte de curar que enfocan el tratamiento del trastorno bipolar desde un paradigma holístico.
Sin embargo, aún es mucho lo que falta por hacer; pero si recapitulamos algunos de los avances logrados en este territorio –de los cuales dejamos de lado todo lo concerniente a los enfoques y aportes provenientes de las neurociencias y los avances farmacológicos, no porque no sean importantes sino, simplemente, porque exceden el marco de este texto–, un buen punto de partida para hacer un balance de la situación actual es observar cómo la sociedad ha comenzado a comprender que la bipolaridad es un problema de salud, no más dramático, aunque sí más complejo, que una gripe.
En la medida en que se le quita dramatismo, la bipolaridad deja de ser percibida con temor y comienza a ser aceptada como un acontecer posible y común de la vida, y quien la padece tiene la opción de contemplarla no ya como una dolencia irreparable sino como un conflicto que puede llegar a mitigarse y resolverse.
El replanteo sobre la naturaleza de la condición clínica de la bipolaridad y su ubicación diagnóstica condujo a la necesidad de forjar el concepto de espectro bipolar, esto es, reconocer que existe una serie de manifestaciones conductuales, sintomáticas y/o físicas ligadas a la bipolaridad o que son perfiles encubiertos de ella, tales como pánico, déficit atencional, adicción, hiperkinesis, entre otras. El concepto de banda, que propone una mirada dimensional del trastorno bipolar, permitió no sólo reunir en un mismo grupo formas diversas conectadas a un mismo tronco común, sino, también, descubrir que ciertas manifestaciones de este grupo no son ni siquiera disfuncionales como ocurre con la disposición particular al pensamiento en imágenes y la curiosidad.
Uno de los resultados de este recorrido por el cual se está transitando es que los terapeutas vamos advirtiendo que la bipolaridad es una modalidad normal de funcionamiento del organismo (tanto en su registro psíquico como en el biológico), funcionamiento que si bien puede despeñarse hacia un territorio patológico, es, también, el que da cuenta de procesos y fenómenos tales como la creatividad, la intuición y el éxtasis.
¿Qué implicaciones tiene esta propuesta? Que el encendido bipolar, en cualquiera de sus dos extremos, no es algo en sí mismo anómalo o malsano, ni patrimonio de quienes se desvían de la salud. Por el contrario, se trata de un molde –a la par fisiológico y emocional– gracias al cual determinados circuitos psicofísicos se encienden de forma hipersincrónica, permitiendo la emergencia, en la persona, de una compleja manera de comprensión de la realidad. Este encendido se acompaña de una alteración de la conciencia habitual y puede descarriarse en diversas manifestaciones de la enfermedad, como las que ya hemos mencionado, pero que en su forma genérica representa un estado alterado de conciencia sin ninguna connotación patológica.
Más allá de estos territorios de transformación mencionados, donde el efecto de cambio puede tener a corto plazo implicancias decisivas sobre el modo en que se concibe y trata la bipolaridad, el descubrimiento de los dones que se esconden detrás de la inestabilidad emocional, el replanteo de la meta terapéutica de la estabilidad como fin de todo tratamiento y la admisión de que la bipolaridad es un modo de ser en el mundo, constituye el paso cualitativamente más gigantesco sobre el que se está montando la revolución clínica en torno de la bipolaridad.
Todo esto me hace mantener viva la esperanza de trasmitir el mensaje de que una bipolaridad dichosa es posible. Quizás este mensaje pueda ser visto como un imaginario poético que quiere celebrar anhelos más que realidades. Sin embargo, la vida enseña que la verdad que permanece es aquella que propagan los poetas y que la clínica es más del orden de la poesía que una pura cuestión de técnica aplicada de conocimientos científicos.