Aurelio Álvarez Cortez
Hace un par de años moría una de las fundadoras de la neurociencia moderna, Marion Diamond, que estudió el cerebro de Albert Einstein. Sus investigaciones demostraron no solo que los componentes estructurales de la corteza cerebral pueden ser alterados, sino que los cambios pueden ocurrir a cualquier edad. Es lo que nos recuerdan ahora tres profesionales españoles con la reciente publicación de “El cerebro que cura”, lanzado por Plataforma Actual, quienes invitan a descubrir la mejor forma de mantener saludablemente nuestro cerebro. A través de recomendaciones sencillas, cuya eficacia está contrastada por la experiencia científica, explican cómo se pueden resistir mejor las enfermedades e incluso vivir más.
Para conocer más en detalle este trabajo de divulgación dialogamos con David Bartrés-Faz, uno de los autores junto a Álvaro Pascual Leone y Álvaro Fernández Ibáñez. Bartrés es doctor en Psicología por la Universidad de Barcelona y profesor de la Facultad de Medicina y Ciencias de la Salud de la misma. También, principal investigador del estudio Barcelona Brain Health Initiative, investigación promovida por el Institut Guttmann con el apoyo de la Obra Social “La Caixa”, que pretende descubrir qué podemos hacer para mantener nuestro cerebro sano a medida que envejecemos.
-Empecemos por el título del libro, David, ¿el cerebro cura?
-El título es un tanto provocador porque, si lo llevamos al extremo, ante una persona que tiene cáncer, un tumor cerebral, o una demencia establecida con etiología conocida, la respuesta evidentemente es que no. Lo que el título quiere reflejar es la capacidad que tiene el cerebro de intentar mantenernos más cerca del estado de salud que de la enfermedad. ¿Cómo? Primero, regulando nuestra exposición a estilos de vida saludables que en sí mismos reducen la probabilidad de padecer enfermedades, y segundo, teniendo un papel regulador a nivel fisiológico, biológico, del resto de órganos y sistemas del cuerpo a través de los ejes neuroendocrinos, de hormonas y del sistema inmunológico. Si un cerebro funciona bien, hará que el resto del cuerpo también funcione bien, y por ello disminuirá la probabilidad de enfermar.
-¿La relación cuerpo-mente es una autopista de ida y vuelta?
-Sí, es justo la tesis del libro. La frase tan conocida de “mens sana in corpore sano” dice básicamente lo que sabemos desde hace mucho tiempo, que hay que cuidarse, hacer ejercicio, comer bien, para tener un cuerpo sano, sin grasas, con una buena musculatura, etcétera. Si tienes un cuerpo sano, tendrás una mente sana. Esta es una dirección. Y lo inverso también es cierto. Si tienes un cerebro sano, por ejemplo, si sabes qué quieres hacer, con un plan vital, durmiendo bien, etcétera, eso también revertirá en un cuerpo más sano. El cerebro regulará mejor todos estos procesos implicados en el estrés, con respuesta a la inflamación, con regulación del metabolismo, y hará que el cuerpo esté más sano.
Hay aspectos más específicos, como tener una actividad cognitiva preservada, un interés para la novedad, la curiosidad, que preservan la salud del cerebro directamente. Pero hay otras cuestiones que se atribuyen al cuerpo, especialmente la actividad física y la nutrición, que en realidad nos hacen estar más sanos porque también hacen que el cerebro esté más saludable.
-¿Cómo influyen las relaciones sociales?, ¿qué tanto nos afecta la soledad?
-Esto es muy importante. Se ha llegado a decir que la soledad es una epidemia en nuestras sociedades occidentales, especialmente en personas con 70, 80 años. Parece que el número de individuos que dicen sentirse solos va aumentando en forma considerable en distintas poblaciones europeas y americanas, entre el 10 y el 30 por ciento, según los estudios. Hay gente que vive sola pero no se siente sola, y otras que viven acompañadas y aun así se sienten solas.
A través de aspectos de menor regulación de procesos de tipo inflamatorio, peor gestión del estrés, etcétera, se pueden desarrollar enfermedades como ansiedad, depresión, y por lo tanto el sentirse solo se ha convertido en un factor de riesgo para muchas enfermedades y la mortalidad en general. Estas personas tienen riesgo de sufrir enfermedades de tipo cerebrovascular, cardiovascular, depresión, de morir por casi cualquier causa, inclusive padecer demencia. Estamos hablando a nivel estadístico poblacional y por ello se debe actuar en el tema de la soledad.
-¿Qué aportan, o no, las redes sociales en relación con la soledad?
-Sin ser un experto en la materia, desde el punto de vista de la salud cerebral puedo decir que una red social no es lo mismo que una red personal. La interacción es un pilar de la socialización, hay lenguaje no verbal, un tocar, empatía. Sabemos que es mejor una reunión con pocas personas, que una videoconferencia multitudinaria por Skype. Pero también es cierto que la gente mayor puede acceder a la tecnología cuando es un grupo de riesgo al sentirse sola, y las redes sociales pueden ayudar a la salud cerebral en el sentido de dar un poco de anclaje y reducir esa sensación de aislamiento. Que un abuelo en España hable con su nieto que está en EE.UU. por Skype es mejor que nada. Lo bueno sería que estuvieran juntos, pero la tecnología en este caso ayuda, es un aspecto positivo muy claro.
-¿Está comprobado el beneficio de ser optimista?
-Sí, hay cierta evidencia de que las personas optimistas tienen más resistencia a las enfermedades, probablemente porque tienden a adherirse a estilos de vida más saludables, empezando por la interacción social con otras personas, probando cosas nuevas y estimulantes, o gestionando mejor los procesos del estrés. También está relacionado con este aspecto del optimismo el de la felicidad. Más que estar contento, es sentirse pleno, orientando el comportamiento hacia algo que merece la pena. Tener un proyecto vital se vincula con la idea del optimismo.
-¿Es un peldaño más allá de la idea del bienestar?
-El plan vital se acerca más al concepto de daimón de los antiguos griegos. Ser feliz no en el sentido de tener un humor positivo, de reír con los amigos cuando vamos de fiesta, sino que además, cuando llegamos a casa y estamos solos, seguimos teniendo algo que nos dirige el día a día, un plan que nos llena e incluye a los amigos, con unas metas que nos están orientando hacia donde vamos y lo que hacemos.
-En el campo de la neurociencia hay dos realidades que comparten protagonismo, como son la generación de neuronas hasta el final de la vida y la neuroplasticidad. Tenemos un cerebro cambiante. ¿Qué nos dice esta información?
-Primero, respecto a la neuroplasticidad, una propiedad intrínseca del cerebro, define que éste posee la capacidad de adaptarse, de cambiar, incluso estructural, morfológicamente, con nuevas conexiones entre neuronas y entre grupos de neuronas, en función de las experiencias que vamos teniendo, como la actividad física, la actividad cognitiva, la curiosidad… Comer bien también transforma nuestro cerebro. Es una facultad que se mantiene toda la vida, no de forma igual en cada etapa, pero existe esta propiedad. Esto nos hace recomendar hábitos saludables a la gente mayor.
Respecto a las neuronas, al nacer es cuando tenemos más células nerviosas, pero eso no quita, como dice un estudio de investigadores de Madrid publicado recientemente, que se sigan fabricando a lo largo de la vida, probablemente en una proporción mucho menor que las se produjeron para desarrollar el cerebro, pero hay determinadas regiones cerebrales que siguen madurando nuevas neuronas. El impacto del desarrollo de estas nuevas células en esa capacidad plástica quizá sea mayor del que conocemos, pero tal vez esa capacidad plástica no dependa totalmente de que se generen otras nuevas. Las neuronas se reorganizan, se reconectan de manera diferente, más eficazmente, en todo el cerebro.
-¿Habría una forma de potenciar esta plasticidad para que sea provechosa a largo plazo?
-Sí, la plasticidad neuronal se puede exponenciar a través de siete pilares que hemos presentado en el marco del proyecto Barcelona Brain Healt Iniciative (BBHI), promovido por el Institut Guttmann y la Obra Social “La Caixa”. En este sentido, si hacemos actividades personalizadas, adhiriendo a un tipo de comportamiento que sea bueno para uno mismo, se potenciarán los mecanismos de plasticidad para obtener un cerebro y un cuerpo más sanos.
-¿Cuáles son esos siete pilares?
-Ellos son una actividad cognitiva sostenida a lo largo de la vida, que incluye esos aspectos de novedad, dificultad, curiosidad cambiante, etcétera; actividad física aeróbica y no aeróbica, porque los dos tipos son importantes para el cerebro; nutrición, según estudios clínicos podemos decir que patrones nutricionales como la dieta mediterránea son buenos para el funcionamiento cardiovascular y cerebral; socialización, lo que comentábamos de la soledad, de no sentirse aislado, de tener una red y saber que hay alguien a quien acudir por un problema; sueño, un aspecto fundamental para la maduración del cerebro y la consolidación del aprendizaje, etcétera; plan vital, un proyecto de vida que nos oriente el día a día y con motivación para conseguirlo; y evitar factores de riesgo, realizando chequeos con cierta regularidad.
-Citáis la psiconeuroinmunología, una especialidad poco difundida o conocida en el campo de la medicina.
-La psiconeuroinmunología es un término que explica las relaciones entre los procesos mentales y físicos, y el impacto de los aspectos mentales sobre ejes más conocidos ahora de la regulación del sistema inmunológico o neuroendocrino. Antes ya teníamos la idea de esta especialidad con las enfermedades psicosomáticas, visiblemente asociadas a un aspecto más psicológico. La psiconeuroinmunología sistematiza el conocimiento y dice que hay una conexión clara entre los aspectos psicológicos, los comportamientos mentales, etcétera, y la regulación de aquellos ejes de regulación inmunológicos y neuroendocrinos, que tienen un impacto en diversas enfermedades.
-Has nombrado el Barcelona Brain Healt Iniciative, del que formas parte. Explica qué es, por favor.
-Es un proyecto de investigación por el cual desde hace aproximadamente dos años hemos empezado a seguir una población de personas de entre 40 y 65 años, sanas, que en el momento de entrar en el estudio dicen no tener diagnóstico de enfermedad neuropsiquiátrica, como depresión, epilepsia, demencia. Contamos con unas cinco mil personas que seguimos a nivel telemático, cada una tiene un perfil personalizado en nuestra página web donde puede responder cuestionarios sobre adherencia a hábitos saludables, cómo percibe su salud, etcétera. Un grupo reducido de mil personas, que seguimos con evaluaciones personalizadas, va al médico, al psicólogo, y le tomamos muestras de sangre cada dos, tres años. En total es un grupo grande que investigamos para entender o estudiar mejor los mecanismos de resiliencia ante la enfermedad. Es decir, queremos saber qué pasa con estas personas a medida que van envejeciendo. Aunque la edad en sí misma sea un factor de riesgo para la emergencia, y hay muchas enfermedades prevalentes del sistema nervioso central, buscamos conocer qué pasa con esas personas y su salud, cuál será la actividad diaria óptima según la edad que tengan.
Queremos entender mejor desde la estructura psicológica, por ejemplo, lo relacionado con la personalidad, aspectos como la motivación, el plan vital, los estilos de vida, pero también los mecanismos biológicos del funcionamiento del cerebro, la genética, lo que explica que grupos de personas vayan a escapar a enfermedades.
-La información luego se difundirá para que conozcamos qué hacer y qué no en la vida diaria, seguramente.
-Por supuesto. Además hay otra fase que empezará a finales de este año, donde incorporaremos un ensayo clínico controlado para intentar cambiar, optimizar, la adherencia a hábitos saludables a un grupo grande de personas, y ver qué ocurre al cabo de un tiempo, a través de coachs, entrenadores personales, con apps, wireless y toda la tecnología disponible. Veremos si podemos lograr que los hábitos no saludables cambien por otros más saludables a lo largo del tiempo y su impacto en la salud. Esta fase tiene un componente más educativo, porque queremos revertir a la comunidad información con consejos para la salud cerebral a partir del conocimiento científico.
El proyecto BBHI es un estudio de más de diez años, y esperamos que continúe tanto tiempo como sea posible, más allá de nosotros.
-¿Es el cerebro todavía un órgano misterioso?, y en todo caso, ¿llegará el momento en que se podrán revelar todos sus secretos?
-Es difícil responder, dependiendo en qué nivel situemos esta pregunta. Si hablamos de un nivel molecular, celular, sabemos casi todo. Si nos referimos al funcionamiento de redes, a más larga escala, de cómo se reorganiza el cerebro para tolerar una patología cuando ésta desaparece, conocemos mucho menos, pero algunas cosas sí. Y si es a nivel de comportamiento, el rompecabezas se hace más complejo. En todo caso, hoy sabemos cómo funciona el cerebro mucho más que 25 años atrás y próximamente, aún más. Tenemos que ser realistas en este aspecto.
-Preguntaba lo anterior, con la palabra “misterioso”, por el hallazgo de Alzehimer en una monja que había padecido Alzheimer, pero sin síntomas, después de fallecida.
-Es una investigación americana multicéntrica, desde los años 80, en el que los investigadores proponen a centros religiosos el estudio de personas que estén dispuestas a pasar evaluaciones anuales, para detectar cuadros demenciales, el nivel de memoria, etcétera, con el compromiso de que cuando mueran, den su cerebro para un análisis anatomopatológico. En mis clases utilizo la información que proviene de este estudio para explicar la discrepancia en donde nace la idea final de la resiliencia, de que había monjas que al morir el patólogo descubría que habían tenido estadios de enfermedades como Alzheimer, y sin embargo una gran proporción no había presentado síntomas antes de morir, como el caso que citas. Esto se constata especialmente en grupos altamente educados. Por eso la actividad cognitiva es relevante en este sentido, ya que protege y proporciona neuroplasticidad, y también es la forma del cerebro de reorganizarse ante la enfermedad, de seguir funcionando más de lo esperable por el grado de patología existente.
-La matemática diría “dos más dos es cuatro”, y sin embargo aquí no lo es. ¿No hay misterio?
-No deja de ser una propiedad cerebral. Sabemos que, aunque no haya una correspondencia entre el daño y los síntomas manifestados, ese vacío se explica por otra propiedad del cerebro que es la siguiente: funcionalmente, el cerebro se está reconectando de una forma distinta y frente a una región muerta por el daño, otra que está al lado la suple con una reconexión. Ese proceso, que puede ocurrir con la memoria, por ejemplo, continúa, pero con un funcionamiento subóptimo porque no es el original. Esto es la neuroplasticidad, una reorganización funcional que ya conocemos. No es un misterio.